Sobre Mariló Montero: abriendo la caja del machismo-leninismo

Hace unos días, Okdiario filtraba una serie de mensajes de Telegram que habían sido intercambiados por la cúpula de Podemos, entre los que se incluía una conversación de Juan Carlos Monedero con Pablo Iglesias. En esta conversación, el secretario general del partido “bromeaba” sobre Mariló Montero, alegando que “la azotaría hasta que sangrase”; afirmaciones que han llevado a la presentadora de TV a denunciar a Iglesias ante el Instituto de la Mujer. Las reacciones por parte de los medios y las redes sociales no se han hecho esperar, abriendo multitud de debates. Uno de ellos ha sido el derecho a la intimidad y sus potenciales límites en el terreno de la política, cuestión ya abarcada cuando salieron a la luz las escuchas ilegales de Garzón o los mensajes de Rajoy a Bárcenas, aunque la respuesta por parte del público “de izquierdas” ante estas filtraciones fuera bastante diferente a la actual. Tampoco los medios son neutrales en ese sentido, por lo que cabría hablar de la intencionalidad de éstos y de los poderes ante los que responden en cada momento.

Okdiario, que hoy hace sangres a costa de las polémicas declaraciones de Iglesias, es un medio que cuenta con el viral Álvaro Ojeda como colaborador. Este individuo, que encontró divertido gastar una “broma” telefónica repleta de connotaciones sexistas al número dos de Teresa Rodríguez, Francisco Artacho, cuando la actriz porno Amarna Miller se sumó a la campaña electoral del partido, no es un abanderado del feminismo: también empleó el espacio que le proporciona Okdiario para defender el tuit machista publicado por la Policía Nacional en San Valentín, donde se “bromeaba” sobre la “legalidad” de “robar un beso”, legitimando esta forma de acoso sexual. Nada que pueda sorprendernos tratándose de un diario dirigido por Eduardo Inda, donde no se muestran reparos en publicar “noticias” como la “habilidad” de un hombre en “manejar unos pechos generosos” colando pelotas de ping-pong en un escote. En definitiva, parece obvio que, si el mismo medio que hace tan sólo unas semanas se escandalizaba ante una “exposición feminista explícita en el Ayuntamiento de Carmena”, se muestra tan indignado ante el comentario de Iglesias, no es porque le preocupe el sexismo o la violencia sexual.

Una vez aclarado este punto, como personas que luchamos por una sociedad nueva, libre de machismo, de racismo, clasismo y lgtbfobia, en lo que prima centrarse es en esa doble moral que tanto criticamos, pero en la que sin embargo se tiende a incurrir desde la izquierda cuando dichos comportamientos se reproducen desde este lado de la “trinchera”. Esta contradicción incluye respuestas tan deleznables como “Mariló Montero, si no quieres comentarios sexuales no hagas juegos sexuales en público”, encontrada en Twitter, y que tanto recuerda al proverbial “si no quieres que te violen, no te vistas como una zorra”. Aquí es donde se retoma el debate en torno al machismo dentro de la izquierda, lo que Patricia García Espín denomina machismo-leninismo: la aceptación de un “feminismo abstracto”, influida por la revitalización de los feminismos a través de movimientos sociales como el 15M, y el avance -y cuestionamiento- del feminismo institucional. Una aceptación que no termina de ser interiorizada por buena parte de la militancia. No basta con que partidos, organizaciones o sindicatos añadan en sus estatutos y programas reivindicaciones feministas, sino que resulta imprescindible que los compañeros potencien el empoderamiento de sus compañeras y hagan propia la lucha feminista, al tiempo que cuestionan sus propios “privilegios” como hombres: desde una mayor visibilidad pública o una mayor confianza para hablar en una asamblea, a liderar una manifestación megáfono en mano sin temor a comentarios indeseados sobre su apariencia o disponer de menos responsabilidades familiares.

Volviendo al doble discurso, tampoco importa cuánto más terribles pudieran ser los comentarios sexistas de partidos conservadores, otra de las excusas que se han escuchado: reproduciendo comportamientos machistas, incluso de cara a mujeres sin ninguna conciencia de género o que abiertamente perjudican a otras con sus políticas o sus declaraciones, no estamos atacando a la derecha, sino a nosotras mismas y a nuestras compañeras. Es cierto que Montero ha tenido comentarios más que desafortunados sobre la violencia de género -y con respecto a muchos otros temas, en realidad-, pero nada puede justificar el empleo del sexismo como herramienta de deslegitimación. En la “broma” enunciada por la principal cabeza visible de un partido que se denomina a sí mismo “política del cambio”, se palpa el mismo machismo de siempre, no hay nada nuevo en él. En ese sentido, no nos sirve el tuit con el que Ramón Espinar, portavoz de Podemos en el Senado, alega que “Las bromas y conversaciones privadas quedan mal en público porque son eso, privadas”. Su justificación obvia la principal consigna que enarbolara el feminismo radical, allá por los años ’70 -“lo personal es político”-; con la que se pretendía, precisamente, articular de forma política todo aquello que sucede en el ámbito de lo privado: desde la esclavitud doméstica, a las desigualdades en el terreno de la familia y lo sexual. Quienes de veras deseamos cambiar la sociedad procuramos hacerlo ocupando lo público, sí; pero también cuestionando estereotipos y prejuicios en nuestra práctica diaria, en aquellos espacios cotidianos en los que nos desenvolvemos, e incluso de cara a nuestra interioridad, trabajando sobre nuestras propias contradicciones. Es imposible avanzar en un terreno sin hacerlo en el otro: se trata de una cuestión de asimilación de principios que va mucho más que de mostrar cierta “coherencia” de cara a la galería.

No se trata de entender esta crítica desde el moralismo. Algunas de las justificaciones que se oyen en las redes sociales con respecto al comentario de Iglesias, es que la expresión de ciertas fantasías sexuales no son más que eso, fantasías. Sin embargo, el contexto puede marcar la diferencia. En este caso, su comentario se produjo como respuesta a las críticas que le hiciera Montero en su último programa, tachándole de “hombre oscuro”. Más que una fantasía per se, hablamos de la utilización de una práctica sexual como forma de “castigo” ante una discrepancia en un ámbito que nada tiene que ver con el sexo. Dos hombres, leídos cisexuales y heteros, comparten un “chiste” en el que se recurre a una práctica sexual para ridiculizar a una mujer, sobreentendiendo que la dominación en el sexo es una forma de imponerse también más allá de él, y en el que se asocian roles sexuales y roles de género tradicionales. No se refieren a juegos de sumisión-dominación, donde los roles se definen por medio de acuerdos y consenso; sino que se está empleando el imaginario sexual preponderante, todavía de un remarcado carácter sexista, para burlarse de una mujer. Este matiz es reprobable por parte de quienes abrazamos los feminismos, pero también por quienes defendemos el potencial de subversión que podemos encontrar en otras prácticas sexuales “no tradicionales”. Además, si el marco en el que se enunció no fuera el de la fantasía sexual, como se ha publicado, hablaríamos incluso de apología a la violencia de género.

¿Tiene límites el “humor”? Ya lo debatimos a raíz de lo sucedido con Charlie Hebdo. Lo cierto es que, nos guste o no, la interpretación ni siquiera está en manos de quienes emiten el discurso, sino que se ve condicionada por su contexto. En el nuestro, claramente machista y androcéntrico, que dos hombres con enorme visibilidad pública hagan comentarios de este tipo sobre una mujer que ni siquiera está presente, tiene muy poco de subversivo. De hecho, es un tipo de comportamiento masculino al que las mujeres estamos muy acostumbradas en nuestro día a día, y que tiene que ver con la cosificación sexual y con la perspectiva androcéntrica con la que abarcamos la sexualidad, palpable incluso en el lenguaje. Por desgracia, la cultura de la violación es el marco general en el que se encuadran estos comentarios, las publicaciones de Okdiario o incluso la propia Montero y su programa televisivo. Este tipo de “bromas” y expresiones sexistas reflejan el machismo cotidiano, lo que Luis Bonino bautizó como micromachismos, reproduciendo y fortaleciendo estereotipos sexistas. Que ante un desencuentro con una mujer, especialmente con una mujer de ideología diferente, conservadora o directamente de derechas, el primer recurso por parte de quienes se consideran “de izquierdas” sean insultos sexistas y consideraciones acerca de su vida sexual, no es permisible en ninguno de los casos. Contamos con muchos más argumentos para rebatir las ideas y comportamientos de aquellas personas a las que nos enfrentamos políticamente, sin caer en contradicciones de este tipo, “incluso” cuando estas personas sean mujeres.

Es cierto que ninguna organización es una isla de “pureza ideológica”, ni siquiera las de carácter revolucionario y anticapitalista, porque todas ellas se hallan inmersas en el mismo sistema socio-económico que pretendemos cambiar. De otro modo, perderíamos el contacto con nuestro contexto y eso nos impediría intervenir sobre él y sobre su red de opresiones -sexismo, racismo, lgtbfobia, capacitismo…-, y otras discriminaciones que deseamos superar. Por lo tanto, es lógico que se produzcan contradicciones entre la militancia. Sin embargo, y aunque la verdadera transformación social sólo se dé a través de un proceso revolucionario, no podemos esperar hasta momentos históricos concretos para combatir el machismo dentro y fuera de nuestras organizaciones. Lo esperable de un espacio que se considera a sí mismo a favor de la igualdad y la diversidad no es que se evaporen mágicamente estos comportamientos sexistas, sino que cuando cualquiera de sus integrantes caiga en ellos, se abra un debate político que permita avanzar hacia la igualdad. Se trata de una tarea que va mucho más allá de repetir que sin mujeres -y sin todas aquellas identidades que cuestionan el binarismo de género imperante-, no hay revolución. Para lograrlo, necesitamos interiorizar estos principios mediante un constante proceso de deconstrucción personal, que siempre se afrontará mejor si lo llevamos a cabo colectivamente y desde la lucha por nuestros derechos.

La Colectivización

El corazón de la revolución social que surgió como repuesta a la sublevación militar de  julio 1936, fue la colectivización de la industria, los servicios y la tierra. Aunque la CNT  tuvo un papel clave en el proceso, en gran parte la colectivización fue la respuesta  espontánea de  sectores de las masas urbanas y rurales al problema práctico de  cómo mantener la producción y el cultivo.
El centro de la colectivización urbana fue Catalunya, sobre todo Barcelona donde 80%  de la industria y servicios del capital catalán estuvo bajo el control de las personas de clase  trabajadora.
En la mayoría de los casos la decisión de colectivizar fue tomada por una asamblea de  trabajadores y trabajadoras o por el comité sindical de la empresa. Además de colectivizar la  producción, se introdujeron una serie de medidas como la educación técnica, cursos de  alfabetización y la provisión de guarderías (una medida especialmente importante dada  la entrada masiva de las mujeres en los lugares del trabajo durante la guerra).
Para coordinar la producción en al algunos sectores se organizaron federaciones de  industria; la más importante en Barcelona siendo la federación de madera que involucró  unas 8.000 personas trabajadoras y que procedió a una verdadera ‘socialización’ con la  producción basada en las necesidades de la población.

El campo

El proceso de colectivización fue más lejos en el campo. En toda la zona republicana hubo casi 2.000 colectivizaciones agrarias, involucrando más de un millón y medio de personas. En muchos sitios las colectivizaciones organizaron nuevas escuelas y otras actividades culturales en los pueblos. En Valencia, Andalucía y Castilla participaron tanto la CNT como la UGT en su organización.

En el este de Aragón, donde había milicias anarquistas catalanas, las cuales tuvieron un papel clave en su establecimiento, el proceso fue mayor. En muchos pueblos se abolió el dinero, se colectivizaron los talleres y almacenes y se organizó la distribución de todo lo producido según las necesidades de cada familia.

Una de las colectivizaciones más emblemáticas fue la del cultivo de cítricos en el País Valencià que llegó a organizar las exportaciones al extranjero independientemente del estado.

Problemas
En un contexto de guerra las colectivizaciones se enfrentaron a toda una serie de obstáculos: faltaron materias primas y se interrumpieron las comunicaciones. Además hubo problemas de índole político. Aunque no fueron tan comunes como insistiera la  propaganda comunista, hubo casos de colectivización forzada que alienó determinados sectores del campesinado. Más problemático aún, fueron los casos de lo que el POUM  llamó el ‘capitalismo sindical’ – cuando las personas trabajadoras trataron la empresa  colectivizada como su propiedad y no como parte de una economía socializada.
Sin embargo el principal obstáculo fue la hostilidad del gobierno republicano. El Frente Popular, empeñado en presentar al mundo la imagen de una democracia ‘normal’, fue  bastante hostil a la idea de una economía colectivizada. Entonces desde el gobierno se saboteó la labor de muchas colectivizaciones o, sobre todo en la industria, se introdujo  un control estatal nombrando directivos. Incluso, se devolvieron algunas empresas a sus  antiguos propietarios.
El anarcosindicalismo, por negarse a crear un nuevo poder revolucionario, dejó en  manos del Frente Popular las comunicaciones, el comercio internacional, las finanzas y  el orden público.

Ejemplo

A pesar de todo, las colectivizaciones fueron relativamente eficaces. En el campo, al menos durante el primer año de la guerra, se mantuvieron el cultivo y el abastecimiento de la retaguardia y del frente. Asimismo, en muchas industrias la producción no cayó en picado. Incluso en algunos casos cuando los dueños volvieron a Catalunya con las tropas fascistas a final de la guerra encontraron sus fábricas en mejores condiciones que antes de la guerra.

Sobre todo, la experiencia de la colectivización durante e la guerra civil sigue siendo uno de los ejemplos mas ricos de cómo es una revolución social; de como la gente es capaz de organizar por si misma la vida económica.

La prohibición del “burkini”: islamofobia y sexismo

Las prohibiciones al “burkini” se aplicaban en una treintena de municipios franceses cuando una alta instancia judicial las suspendió. Sin embargo, el Primer Ministro Manuel Valls no da el asunto por cerrado, y el antiguo Presidente conservador Sarkozy se propone convertir una nueva ley contra el “burkini” en la pieza central de su campaña por la reelección. (“Burkini” va entre comillas porque este bañador nada tiene que ver con el burka afgano).

Islamofobia transversal
Bastantes de los municipios que no permiten que las musulmanas vayan como quieran a la playa tienen alcaldes de la derecha conservadora, pero algunos son del partido socialista, y otros del partido fascista, el Front National. En el ámbito estatal, no sólo Valls y Sarkozy se han declarado contra el “burkini”; el dirigente de izquierdas, Melenchón, también se ha hecho eco de los argumentos islamófobos.

Lo positivo es que ha surgido oposición desde ámbitos diversos; por una vez bastantes sectores de la izquierda francesa están plantando cara a la islamofobia. La mitad de la gente que asistía a la escuela de verano del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) —que se celebró en una localidad que había prohibido el bañador— participó en una acción de protesta. Incluso la juventud del propio partido socialista se comprometió a combatir la medida islamófoba.

La prohibición no es liberación
Algunos sectores progresistas se han dejado engañar por el argumento de que la prohibición protege a las musulmanas contra una prenda represiva. Pero la prohibición al “burkini” no sólo es racista (porque específicamente ataca a personas musulmanas) sino también profundamente sexista.

Sarkozy rechazó especialmente que “mujeres jóvenes” llevasen este bañador: se supone que tiene interés especial en que éstas dejen ver sus cuerpos en la playa. Un tal Philippe d’Iribarne —director de investigación, nada menos, del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia— centró su crítica en que la forma de vestir de (algunas) musulmanas impedía “lo que los antropólogos llaman ‘el intercambio de mujeres’… un elemento fundamental de un intercambio real” entre grupos humanos. Es decir, la comunidad musulmana “no se integra” porque no pone a “sus mujeres” a la disposición del “otro grupo”. Si esto es liberación de las mujeres, apaga y vámonos.

Incluso muchos argumentos desde sectores realmente feministas son muy cuestionables. Las protestas contra la prohibición exigen que las mujeres tengan el derecho a decidir cómo se visten, sin imposiciones ni prohibiciones. Pero en vez de aceptar esta demanda basada en la democracia y los derechos humanos, algunas feministas levantan grandes dudas filosóficas acerca de si realmente existe la libre elección. Un momento en que policías armados están obligando a mujeres a quitarse la ropa en la playa parece poco adecuado para estas elucubraciones. También sorprende que estas dudas no se apliquen a los tatuajes, a los piercings, a los tacones… todos elementos que —a diferencia de un “burkini”— tienen efectos físicos duraderos. En el fondo, se trata del triste hecho de que algunas feministas occidentales piensan que ellas son capaces de tomar decisiones libres… pero las musulmanas no.

Solidaridad
Afortunadamente, otras feministas, y otra gente en la izquierda y los movimientos en general, sí levanta la voz y se moviliza en solidaridad con las mujeres acosadas, típicamente en acciones que unen a gente musulmana (especialmente a mujeres) y no musulmana.

El jueves 1 de septiembre hubo una protesta en este sentido en Barcelona, organizada por Unitat Contra el Feixisme i el Racisme.