La prohibición del “burkini”: islamofobia y sexismo

Las prohibiciones al “burkini” se aplicaban en una treintena de municipios franceses cuando una alta instancia judicial las suspendió. Sin embargo, el Primer Ministro Manuel Valls no da el asunto por cerrado, y el antiguo Presidente conservador Sarkozy se propone convertir una nueva ley contra el “burkini” en la pieza central de su campaña por la reelección. (“Burkini” va entre comillas porque este bañador nada tiene que ver con el burka afgano).

Islamofobia transversal
Bastantes de los municipios que no permiten que las musulmanas vayan como quieran a la playa tienen alcaldes de la derecha conservadora, pero algunos son del partido socialista, y otros del partido fascista, el Front National. En el ámbito estatal, no sólo Valls y Sarkozy se han declarado contra el “burkini”; el dirigente de izquierdas, Melenchón, también se ha hecho eco de los argumentos islamófobos.

Lo positivo es que ha surgido oposición desde ámbitos diversos; por una vez bastantes sectores de la izquierda francesa están plantando cara a la islamofobia. La mitad de la gente que asistía a la escuela de verano del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) —que se celebró en una localidad que había prohibido el bañador— participó en una acción de protesta. Incluso la juventud del propio partido socialista se comprometió a combatir la medida islamófoba.

La prohibición no es liberación
Algunos sectores progresistas se han dejado engañar por el argumento de que la prohibición protege a las musulmanas contra una prenda represiva. Pero la prohibición al “burkini” no sólo es racista (porque específicamente ataca a personas musulmanas) sino también profundamente sexista.

Sarkozy rechazó especialmente que “mujeres jóvenes” llevasen este bañador: se supone que tiene interés especial en que éstas dejen ver sus cuerpos en la playa. Un tal Philippe d’Iribarne —director de investigación, nada menos, del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia— centró su crítica en que la forma de vestir de (algunas) musulmanas impedía “lo que los antropólogos llaman ‘el intercambio de mujeres’… un elemento fundamental de un intercambio real” entre grupos humanos. Es decir, la comunidad musulmana “no se integra” porque no pone a “sus mujeres” a la disposición del “otro grupo”. Si esto es liberación de las mujeres, apaga y vámonos.

Incluso muchos argumentos desde sectores realmente feministas son muy cuestionables. Las protestas contra la prohibición exigen que las mujeres tengan el derecho a decidir cómo se visten, sin imposiciones ni prohibiciones. Pero en vez de aceptar esta demanda basada en la democracia y los derechos humanos, algunas feministas levantan grandes dudas filosóficas acerca de si realmente existe la libre elección. Un momento en que policías armados están obligando a mujeres a quitarse la ropa en la playa parece poco adecuado para estas elucubraciones. También sorprende que estas dudas no se apliquen a los tatuajes, a los piercings, a los tacones… todos elementos que —a diferencia de un “burkini”— tienen efectos físicos duraderos. En el fondo, se trata del triste hecho de que algunas feministas occidentales piensan que ellas son capaces de tomar decisiones libres… pero las musulmanas no.

Solidaridad
Afortunadamente, otras feministas, y otra gente en la izquierda y los movimientos en general, sí levanta la voz y se moviliza en solidaridad con las mujeres acosadas, típicamente en acciones que unen a gente musulmana (especialmente a mujeres) y no musulmana.

El jueves 1 de septiembre hubo una protesta en este sentido en Barcelona, organizada por Unitat Contra el Feixisme i el Racisme.

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